Cientos de estudiantes hemos tomado la calle. No se trata de ninguna protesta, es la hora del recreo. La UCES – Universidad de Ciencias Empresariales y Sociales- cuenta con distintas sedes ubicadas en calle Paraguay. A falta de un espacio propio donde agolparnos durante el recreo, los estudiantes nos reunimos en coro ocupando ambas veredas, que durante treinta minutos se reinventan como lugar de encuentro. Salimos del centro para tomar el aire, relajarnos y aislarnos unos minutos de las exigencias lectivas. Allí me topo con Javier, estudiante de periodismo y fiel compañero de fatigas, quien me cuenta la última del día. Mientras mi oído presta atención a sus palabras, mis ojos se desvían a observar los múltiples quehaceres de los estudiantes. Unos inhalan enérgicamente el humo del cigarrillo saciando por unos minutos sus ansias de nicotina; otros se escapan al quiosco de la esquina a comprar el café consabido que les permitirá reanudar las clases con más optimismo si cabe; otros aprovechan para acercarse a la fotocopiadora para adquirir el dosier de tal o cual materia; otros charlan animadamente mientras sus palabras se hacen casi ininteligibles con el ruido de los autos y los colectivos que circulan atropelladamente. De repente, una mujer llama mi atención. Avanza con paso dubitativo. Algo le ronda por la cabeza y creo saber qué es. Ante sí se ha levantado un muro humano que le obstaculiza el paso. Duda si bajar la acera y pasar al otro lado de la calle pero el tráfico es denso y no encuentra el momento de cruzar. Su rostro refleja enojo y frustración. No le queda otra que adentrarse entre la muchedumbre. Ahí va. Finalmente consigue abrirse paso a empujones. Mientras mi compañero sigue contándome la anécdota del día, me doy cuenta que ganamos la calle y la hicimos nuestra. Los transeúntes van a tener que armarse de paciencia y acabar quizá pidiendo perdón por andar por la misma vereda.
Judith Torras
jueves, 25 de marzo de 2010
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