Agua, maldita agua que se filtra por cualquier recoveco y enchastra y moja –claro- absolutamente todo. Así como en la Bombonera, el domingo pasado, cuando los locales y los de River intentaron jugar a algo parecido al fútbol. No pudieron, no estaban las condiciones dadas. El agua, la maldita agua no drenó. Lógico: la cantidad de papelitos, serpentinas y otros chiches lo impidieron. Es parte del fervor, parte de lo que conocemos como folklore, el a veces absurdo folklore que hasta puede matar –y que lo cuente, sino, Roberto Basile, aquel malogrado hincha de Racing, portador del cuello que encontró la bengala perdida, una tarde de 1983, en la cancha de Boca, casualmente-. Ese folklore que no estuvo tan presente en la segunda fecha, en la Bombonera, también, cuando el xeneize jugó contra Lanús. Sin embargo sí estuvo la maldita agua -ese día llovió como nunca-, pero pudo fluir, al menos, y la pelota, como pudo, rodó.
Estamos acostumbrados al folklore, “así es el folklore del fútbol”, justificamos; entonces mejor agarrémonos con el agua, la maldita e incontrolable agua que nos arruinó el último domingo estival y el más emocionante e importante partido del fútbol argentino, postergándolo hasta hoy, un triste jueves con horario de oficina. Para esta tarde no hay pronósticos de tormentas, pero sí de locales, visitantes o empates. Y también habrá agua, maldita agua, cayendo de los ojos de los hinchas de Boca y River, ya sea por no poder disfrutar in situ de lo que conocemos como Superclásico, o por emocionarse con los goles, o indignarse con los siempre injustos fallos arbitrales. Esto también es folklore, pero con eso, mejor no meterse.
Ezequiel Ruiz
jueves, 25 de marzo de 2010
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