Se va calzando sus guantes de box y tira su visera en la mochila. Mira con ojos amenazantes a su rival. Suena el gong y da unos pocos pasos para estudiarlo. Recuerda los consejos de su coach como un libro abierto: “Jab y gancho directo a los intestinos”.
Son tres minutos que se perpetúan, tiene todo calculado, hasta ya piensa en el antidoping posterior, reza que dé negativo, obvio, para poder ir a festejar.
El libro se cierra súbitamente con un uppercut al grueso de su maxilar inferior que lo desploma a la lona. Eran tres minutos pero fueron sólo diez segundos de locura.
La derrota lo alcanzó una vez más. A volver al gym, a saltar la cuerda y a pegarle a la bolsa.
Carlos Martínez
viernes, 26 de marzo de 2010
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